François-René de Chateaubriand - Cuadros de la naturaleza



                                     El bosque

¡Bosques silenciosos, hermosas soledades,
cómo amo recorrer vuestras umbrías ignoradas!
En vuestros oscuros parajes, soñando extraviado,
experimento una sensación libre de inquietudes.
¡Ilusiones de mi corazón!, creo ver surgir,
de los árboles y de la hierba, una dulce tristeza;
y la brisa que escucho, y que murmura suavemente
desde los confines del bosque, parece susurrar mi nombre.
¡Oh!, ¿por qué no puedo, feliz, pasar mi vida entera
aquí, lejos de los humanos? Al rumor de los arroyos,
sobre una alfombra de flores, sobre la hierba primaveral,
¡qué ignorado descanso bajo la sombra de los olmos!
Todo habla, todo me place bajo estas tranquilas bóvedas:
aquellas retamas, ornamentos de un reducto silvestre,
o esa madreselva que, alcanzada por un viento fugitivo,
de un lado a otro sus inestables guirnaldas balancea.
¡Bosques, en vuestros refugios mis deseos se complacen!
¿A qué amante alguna vez le seríais tan queridos?
Otros os hablarán sin cesar de amores ajenos;
yo por vuestros encantos solos las desolaciones prefiero.



           La primavera, el verano y el invierno

Valles del norte, onduladas praderas,
encantadoras desolaciones: mi corazón,
hecho para vosotros, siempre os busca
en su melancolía. A vuestra sola vista,
amada soledad, no sé qué cosa dulce y profunda
viene a apoderarse de mi alma conmovida.
Si fuese conocida la calma que un arroyo
a todos mis sentidos transmite con su murmullo,
esa tranquila alegría que, en soledad sobre el verde,
tantas veces he disfrutado al pie de una colina,
los amantes del frío ambiente de las ciudades
en busca de estos sencillos placeres vendrían.

Si la primavera esmalta los campos,
en un fresco rincón de este apacible valle
leo sentado bajo las ramas de los nogales,
de tronco rugoso y follaje flexible.
El dulce suspiro del ruiseñor
conquista entonces mis cautivos oídos
y, en un ensueño por encima de todo placer,
le permite flotar a mi alma fugitiva.
¿Y no surge durante el verano, en los confines
del bosque, una brisa amable y sinuosa
que, con un curso lento y voluptuoso,
sobre cada flor se detiene suspirando?
Cien veces a bordo de esa onda caprichosa
iré a dormir bajo el fragante avellano
y a con ella en pereza competir.

Bajo el sauce nutrido por tu frescura amiga,
oh, río testigo de mis suspiros,
tu paso por estos prados esmaltados ofrece,
al dulce rumor de los céfiros, la imagen de la vida.
Por valles desolados, tras atravesar estas flores,
conduces tú tus olas errantes:
así de los placeres a los dolores
pasan nuestras horas inconstantes.

Pero si con placer, al menos, de las primaveras
en nuestro curso podemos gozar,
nuestros días se alejan más dulcemente de su fuente,
llevando consigo un tierno recuerdo,
tal como tú te diriges al peñón solitario,
por estos bosques que siempre recorres,
menos triste si de estos prados tu feliz curso
logra arrebatar alguna ligera flor.

Y también el encantamiento de mi espíritu
nace y crece durante la caída de las hojas.
El aquilón llega, y uno puede ver con tristeza
al árbol solitario sobre la agreste ladera
sacudirse en medio de la tempestad.
Blancas aves, divididas en bandadas,
abandonan las costas del antiguo océano:
todas en silencio, ordenadas en hileras,
hienden el azul de un cielo melancólico.
Yo vago por los bosques con escarcha;
y, sólo interrumpido por el rumor de las hojas
que lentamente arrastro con mis pasos,
mi espíritu se recoge en sus pensamientos.

¿Quién podría creerlo? ¡Placeres solitarios,
yo os reencuentro en el gran luto de los cielos!:
el hábito de viuda embellece a la naturaleza.
Es un encanto en estos bosques sin adorno,
en estos amplios prados rodeados de verdes alisos,
donde las suaves brisas abaten la mente,
donde sobre las flores el alma sueña arrullada
por los dulces acordes del viento y el follaje;
en estos amplios prados que el aquilón siega,
lo cual place al corazón. Inclinados a la tierra
imitamos nosotros, ya marchitos o caídos,
a la hierba en invierno y a la hoja en otoño.


Traducciones de E. Ehrendost.


Disponibles en Editorial Alastor:




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