Pesta llega
Allí viene con su falda
roja como la sangre,
harapienta y andrajosa,
horrenda y espantosa.
Su rostro es enfermizo,
arrugado y amarillo,
todo lleno de manchas
negruzcas y azuladas.
Sus ojos hundidos
profundo en el cráneo
giran de uno a otro lado,
se entrecierran y atraviesan
todo como flechas
mientras brillan y ven,
como los de los gatos,
en plena oscuridad.
Pesta avanza
sobre montañas y valles,
bosques y prados,
mares y ríos,
fiordos y costas.
Trepa por aquí,
chapotea por allí,
sus rodillas entrechoca.
Barre y rastrilla
allí por donde pasa:
rastrilla aquí, rastrilla allí,
y barre, barre y barre.
Donde pasa su rastrillo
se lleva a muchos;
donde pasa su escoba
se lleva a todos.
Recorre todo el país
Pesta recorre todo el país:
ciudad y aldea, casa y cabaña.
Rastrilla de a cientos;
barre de a miles.
Muchos huyen a los bosques,
otros a las altas montañas
y otros al salvaje mar,
a los islotes y arrecifes.
Se ocultan en cuevas y barrancos,
siguiéndose como animales,
pero Pesta viene tras ellos
olfateándoles el rastro.
El búho ulula, el colimbo grazna
y espectros rondan tierra y mar
entre llantos y suspiros,
lamentos y gemidos.
La noche se puebla de alaridos.
Los draugar emergen entre algas,
luchan con los muertos
y se los llevan a las aguas.
El viento juguetea con los cráneos,
los hace rodar entre piedras y grava,
los seca lentamente
y los deja todos blancos.
Eco se sienta en la negra montaña
y, entre chapoteos y gorgoteos,
escucha el sollozar
del ahora solitario mar.
La niebla cae en grandes mantos
sobre montañas y fiordos,
y, húmeda como la muerte,
pronto se adueña de todo.
[...]
Barre cada rincón
Pesta barre
cada rincón.
Ya no rastrilla:
¡barre y barre!
El tiempo es poco,
todos deben ayudar:
¡vamos, Per y Paal,
a barrer y limpiar!
Pesta se alegra
por el buen clima,
triste y oscuro.
La nieve que cae
se derrite, esparce,
escurre y pegotea.
La escoba salpica
y todo se lo lleva.
La escoba barre
cada grieta y rincón.
Todo es muy triste,
hermosamente triste.
Muertos y muertos,
fuertes hedores
y descomposición.
Las paredes crujen,
las vigas se pudren,
el verde desaparece.
El aire parece llorar
nieve y aguanieve.
Traducciones de E. Ehrendost.
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