La desnuda tierra se cubre ya con su manto
verde y tierno, y todo el mundo se alegra;
yo, en cambio, doy inicio a mi gran llanto.
Los árboles se visten con hojas; yo, de negro.
Sus pelajes los animales van renovando;
el mío, hecho jirones, se va desintegrando.
Crece el canto de las aves; en mí, el dolor.
Buscan ellas las más verdes frondas;
yo, aquel tronco donde no crecen hojas.
Cantan en alegre jolgorio; mi risa se oculta.
Remontándose al cielo abandonan la tierra;
yo busco las tinieblas más profundas.
El mundo se halla en paz; yo, en guerra.
El sol brilla y alumbra cada vez más;
para mí todo parece noche y estar bajo tierra.
Ahora nace para los amantes el nuevo amor,
ahora se entregan a sus cantos y sus juegos;
¡ay!, ahora crece en mí el amargo sufrimiento.
Los otros se asolean; yo al fuego me expongo.
Los otros anhelan vivir una vida feliz;
yo, a cada paso que doy, a la Muerte invoco.
Los otros buscan ya pareja, ya amigos;
yo me lamento al encontrarme con alguien
y me siento más cómodo buscando enemigos.
Soy cual tórtola que vuela sin compañera,
que en ramas viejas permanece llorando
y que no bebe nunca de los estanques claros;
búho en cuyos oídos resuenan los techos,
murciélago que no vuela nunca de noche;
en mí se refleja quien no sabe que ha muerto.
Los animales reposan en grutas y cuevas,
algunos sobre troncos, otros sobre ramas,
mientras yo lloro por mis rotas esperanzas.
Los montes están verdes; yo, descarnado.
Cuando lloro o grito nadie me consuela,
mas Eco me responde duplicando mis quejas.
Llamo al guardián de la puerta del Tártaro
para que envíe a su barquero hasta mi ribera
y me conduzca entre la gente muerta.
Los otros anhelan la insignia del olivo;
yo, una guerra mortal que a nadie perdone,
mi muerte y la de todos los seres vivos.
Los otros anhelan palacios; yo, una fosa.
Los otros buscan el mar de leche y miel;
yo, el de humana sangre y aguas rojas.
Los otros anhelan piedad; yo, el cielo cruel.
Los otros desean mares calmos; yo, la fortuna
caprichosa que azota las velas en su vaivén.
Los otros quisieran poder ver siempre
cielos y firmamentos de aspecto benigno;
yo, que el cielo, el sol y la luna cayesen.
Los otros quisieran ver a todos contentos;
yo, a todos muriendo de ira y de rabia,
y en absoluto caos a todos los elementos.
[...]
Traducción de E. Ehrendost.