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Théodore Agrippa d'Aubigné - Estancias



                                      I
 
                                    [...] 
 
Mi lugar de reposo es una oscura cámara cubierta
con cráneos humanos y mil huesos blanquecinos,
donde toda dicha pronto se extingue en un horror
del que no me expulsa ningún bienvenido olvido.

He encerrado mi vida en este anfiteatro mortuorio
que horrible torna toda belleza entre los restos óseos:
de esta manera, mi dicha es seguida por el espanto
y sólo en mis pesares la muerte encuentra reposo.

Todo contacto con el hombre a morir me incita;
busco mi refugio en aquello que horroriza y repele.
¡Huid de mí, placeres, alegrías, esperanza y vida!;
¡venid, males, desdichas, desesperación y muerte!

Busco las desolaciones, las montañas solitarias,
los bosques sin camino, los robles moribundos;
odio, en cambio, los bosques de follaje arreglado,
los lugares concurridos, los caminos frecuentados.

Me resulta hermoso contemplar los viejos caballos
cuyos huesos decrépitos atraviesan su pellejo raído,
mas sucumbo al ver aves batiendo felices sus alas,
pollos correteando y los brincos de las cabras.

Dichoso soy cuando encuentro una cabeza seca,
un ciervo masacrado, y oigo cervatillos que gritan,
mas mi alma desfallece en un estéril desprecio
al ver una cierva feliz entre los saltos de sus crías.

Amo ver viejas ramas despojadas de toda belleza
y pisar sobre las hojas extendidas por el otoño
cuyo anaranjado color sin esperanzas me complace
sugiriendo la imagen de la muerte a mis ojos.

¡Que un horror eterno y una noche sempiterna
me impidan huir y salir al exterior por completo,
y que una cruel guerra desatada en el aire furibundo
al igual que a mi espíritu aprisione a mi cuerpo!

¡Que jamás el sol resplandeciente ilumine mi cabeza,
que el cielo impiadoso me niegue eternamente su luz,
y que cuando llueva estallen siempre tempestades
avaras del buen clima y celosas de los rayos solares!

¡Que mi alma sea invierno y estaciones turbulentas,
que de mis aflicciones se colme todo el universo,
y que el olvido impida aún a mis redoblados males
el empleo de mi laúd y el consuelo de mis versos!

¡Que un tiempo inclemente estremezca sin cesar
un año de tormentas y una primavera de hielos,
y que fuera de estación una fría ancianidad
en el verano de mi edad cubra de nieves mis cabellos!

¡Si alguna vez, empujado por mi alma impaciente,
salgo a descargar mis furores en los bosques,
templándome con la muerte de una bestia inocente
o aterrando a las aguas y las montañas con mis voces,

que millares de aves nocturnas y cantos de muerte
me circunden, volando en fila sobre mi cabeza,
y que el aire, molesto por mis airados clamores,
con rondas de búhos y cuervos se ennegrezca!

¡Que la hierba se seque y muera bajo mis pasos,
y que la sombría mirada de mis ojos miserables
haga a todas las flores marchitarse y al sol, la luna
y los astros del firmamento tras las nubes ocultarse!

¡Que mi presencia haga a los manantiales secarse
y a las aves que pasan caer muertas a mis pies
asfixiadas por los pestilentes vientos de mis penas,
y que luego esas penas me asfixien a mí como a ellas!

¡Que cada vez que, derrotado por la fatiga, me eche
a descansar a los pies de árboles verdes y lozanos
la tierra a mi alrededor se hienda teñida de sangre
y los árboles pierdan todas sus hojas al instante!

Ya mi cuello, cansado de soportar mi cabeza,
se rinde bajo tanta carga y tantos padecimientos,
y cada miembro mío se marchita y se apresta
a despedir a mi espíritu, huésped de mis penas.

                                    [...]


Traducción de E. Ehrendost.