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William Shakespeare - El sueño de un rey (Enrique IV - Parte II)



¡Cuántos millares de mis más humildes súbditos
están durmiendo en esta hora! ¡Oh, sueño, oh, gentil sueño,
dulce reparador de la Naturaleza!, ¿cómo es que te he ahuyentado
de tal modo que ya no vienes a posarte sobre mis párpados
para sumir a mis sentidos en el olvido momentáneo?
¿Por qué, sueño, prefieres descansar en las chozas ahumadas,
tendiéndote en incómodos camastros
e invitado al reposo por el zumbido de los insectos,
antes que en las perfumadas alcobas de los señores,
bajo los doseles de lechos suntuosos
y por los sones de las más dulces melodías arrullado?
¡Oh, tú, somnoliento dios!, ¿por qué duermes con los plebeyos
en camas infectas y conviertes el lecho real
en un campanario de alarma o un puesto de centinela?
¿Acaso no sellas sobre el alto y vertiginoso mástil
los ojos del joven grumete, meciendo su cerebro
en la cuna de las violentas e impetuosas mareas
elevadas bajo el influjo de los vientos
que, al alcanzar las crestas de las brutales olas,
rizan sus monstruosas cabezas y las estrellan
con ensordecedor clamor contra las veloces nubes
de tal modo que, en ese caos, la misma Muerte despierta?
¿Y puedes, oh, sueño arbitrario, dando reposo
al empapado grumete en una hora tan hostil,
en la más quieta y tranquila de las noches,
y con todos los medios y recursos para solicitarte,
negárselo a un rey? ¡Dormid, pues, humildes dichosos!
Inquieta reposa la cabeza que lleva una corona.


Traducción de E. Ehrendost.


William Shakespeare - Ser o no ser (Hamlet)



¡Ser o no ser, esa es la cuestión!
¿Qué es más noble para el espíritu, sufrir
los golpes y dardos de la insultante fortuna,
o tomar armas contra un océano de calamidades
y, haciéndoles frente, acabarlas? Morir... dormir:
no más... Y si se advierte que con sólo dormir ponemos fin
al pesar del corazón y a los mil naturales conflictos
de los que la carne es heredera, tal extinción resulta digna
de ser devotamente deseada. Morir... dormir;
dormir... ¡tal vez soñar! Sí, he ahí el obstáculo,
pues el ejercicio de considerar qué sueños podrán sobrevenirnos
en el reposo de la muerte, cuando nos hayamos librado
de este despojo mortal, es forzoso que nos detenga.
He aquí la reflexión que otorga tan larga vida al infortunio,
pues ¿quién soportaría los azotes y reveses del tiempo,
el ultraje del opresor, la contumelia del soberbio,
las agonías del rechazo amoroso, las demoras de la justicia,
la insolencia del poder, y el duro menosprecio
que el paciente mérito recibe del hombre indigno,
cuando uno podría por sí mismo procurarse el reposo
con un simple estilete? ¿Quién llevaría tan duras cargas,
sudando y gimiendo bajo el peso de una afanosa existencia,
si no fuese porque el temor a algo tras la muerte,
esa ignorada región de cuyos oscuros confines
ningún viajero retorna, nubla nuestra voluntad
y nos inclina más a soportar esos males que nos afligen
que a lanzarnos hacia otros que desconocemos?
Así la conciencia hace cobardes de todos nosotros,
y así los iniciales matices de resolución
desmayan bajo la palidez del pensamiento
y las empresas de gran aliento e importancia
desvían, con estas consideraciones, su curso,
perdiendo pronto el nombre de acción...


Traducción de E. Ehrendost.