Tomás de Iriarte - Fábulas literarias



El oso, la mona y el cerdo

Un oso, con que la vida
ganaba un piamontés,
la no muy bien aprendida
danza ensayaba en dos pies.

Queriendo hacer de persona,
dijo a una mona: «¿Qué tal?».
Era perita la mona,
y respondiole: «Muy mal».

«Yo creo –replicó el oso–,
que me haces poco favor.
¡Pues qué! ¿Mi aire no es garboso?
¿No hago el paso con primor?»

Estaba el cerdo presente,
y dijo: «¡Bravo! ¡Bien va!
Bailarín más excelente
no se ha visto ni verá».

Echó el oso, al oír esto,
sus cuentas allá entre sí,
y con ademán modesto
hubo de exclamar así:

«Cuando me desaprobaba
la mona, llegué a dudar;
mas ya que el cerdo me alaba,
muy mal debo de bailar».

Guarde para su regalo
esta sentencia un autor:
si el sabio no aprueba, malo;
si el necio aplaude, peor.


Nunca una obra se acredita tanto de mala
como cuando la aplauden los necios.



El ratón y el gato

Tuvo Esopo famosas ocurrencias.
¡Qué invención tan sencilla! ¡Qué sentencias!...
He de poner, pues que la tengo a mano,
una fábula suya en castellano.

«Cierto –dijo un ratón en su agujero–,
no hay prenda más amable y estupenda
que la fidelidad: por eso quiero
tan de veras al perro perdiguero.»
Un gato replicó: «Pues esa prenda
yo la tengo también...». Aquí se asusta
mi buen ratón, se esconde
y, torciendo el hocico, le responde:
«¿Cómo? ¿La tienes tú? Ya no me gusta».

La alabanza que muchos creen justa,
injusta les parece
si ven que su contrario la merece.

«¿Qué tal, señor lector, la fabulilla?
Puede ser que le agrade y que le instruya.»
«Es una maravilla:
dijo Esopo una cosa como suya.»
«Pues mire usted: Esopo no la ha escrito,
salió de mi cabeza.» «¿Conque es tuya?»
«Sí, señor erudito:
ya que antes tan feliz le parecía,
critíquemela ahora porque es mía.»


Alguno que ha alabado una obra ignorando quién es su autor
suele vituperarla después que lo sabe.



El cuervo y el pavo

Pues como digo, es el caso,
y vaya de cuento,
que a volar se desafiaron
un pavo y un cuervo.

Al término señalado
cuál llegó primero
considérelo quien de ambos
haya visto el vuelo.

«Aguarda –le dijo el pavo
al cuervo de lejos–.
¿Sabes lo que estoy pensando?:
que eres negro y feo.

Escucha: también reparo
–le gritó más recio–
en que eres un pajarraco
de muy mal agüero.

¡Quita allá, que das asco,
grandísimo puerco!
Sí, que tienes por regalo
comer cuerpos muertos.»

«Todo eso no viene al caso
–le responde el cuervo–;
porque aquí sólo tratamos
de ver qué tal vuelo.»

Cuando en las obras del sabio
no encuentra defectos,
contra la persona cargos
suele hacer el necio.


Cuando se trata de notar los defectos de una obra,
no deben censurarse los personales de su autor.



El canario y otros animales

De su jaula un día
se escapó un canario
que fama tenía
por su canto vario.

«¡Con qué regocijo
me andaré viajando
y haré alarde –dijo–
de mi acento blando!»

Vuela con soltura
por bosques y prados,
y el caudal apura
de dulces trinados.

Mas, ¡ay!, aunque invente
el más suave paso,
no encuentra viviente
que de él haga caso.

Una mariposa
le dice burlando:
«Yo de rosa en rosa
dando vueltas ando.

Serás ciertamente
un músico tracio,
pero busca oyente
que esté más despacio».

«Voy –dijo la hormiga–
a buscar mi grano.
Mas usted prosiga,
cantor soberano.»

La raposa añade:
«Celebro que el canto
a todos agrade;
pero yo entretanto

(esto es lo primero)
me voy acercando
hacia un gallinero
que me está esperando».

«Yo –dijo el palomo–
ando enamorado,
y así el vuelo tomo
hasta aquel tejado.

A mi palomita
es ya necesario
hacer mi visita;
perdone el canario.»

Gorjeando estuvo
el músico grato;
mas apenas hubo
quien le oyese un rato.
¡A cuántos autores
sucede otro tanto!


Hay muchas obras excelentes
que se miran con la mayor indiferencia.


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