Poemas sobre la leyenda de Lorelei



Clemens Brentano - Lorelei


En Bacharach, junto al Rin,
moraba antaño una hechicera.
Era muy hermosa, y había roto
muchos corazones su belleza.

Arrastraba a todo caballero
a la vergüenza y al dolor:
no había rescate para quien caía
en las garras de su amor.

El obispo la llamó para poner
fin a esa espiritual violencia,
mas terminó perdonándola
al descubrir que era tan bella.

Con piadosos acentos le dijo:
«¡Pobre Lorelei! Dime, hija mía,
¿quién te ha obligado a realizar
esas malignas hechicerías?».

«Señor obispo, déjeme morir,
de la vida estoy ya cansada,
pues perece todo aquel
que contempla mi mirada.

»Mis ojos son dos llamas,
mi brazo es una vara mágica.
¡Oh, arrójeme a las llamas!
¡Oh, quiebre esa vara mágica!».

«No puedo al fuego condenarte
en tanto no me digas la razón
de por qué entre esas llamas
arde ya mi pobre corazón.

»Ni puedo romper tu vara,
¡oh, hermosa Lorelei!,
pues al hacerlo rompería
mi pobre corazón también».

«Señor obispo, no se burle
de mí de manera tan malvada,
y pida a Dios que tenga
misericordia de mi alma.

»Ya no quiero vivir más;
del amor me he despedido.
Deme por fin la muerte,
pues para eso he venido.

»Mi amado me abandonó,
traicionando mi confianza,
y se marchó lejos de aquí,
a vivir en tierras extrañas.

»Ojos tiernos y salvajes,
mejillas rojas y blancas,
palabras dulces y suaves:
en ello consiste toda mi magia.

»Yo misma soy mi víctima:
en dos mi corazón se parte,
y deseo perecer de dolor,
cuando veo mi propia imagen.

»Deje que se haga justicia
y deme una muerte cristiana,
pues ya nada tiene sentido
desde que he sido abandonada».

A tres caballeros llamó él:
«Llévenla a su convento.
¡Ve, Lorelei! Consagra a Dios
tu alma sin consuelo.

»Toma los hábitos de monja,
vístete de blanco y negro,
y prepárate en la tierra
para tu destino eterno».

Al convento cabalgaron
entonces los tres caballeros
con la hermosa Lorelei
cabizbaja en medio de ellos.

«Oh, caballeros, permítanme
subir a esa roca elevada:
quiero al castillo de mi amado
echar una última mirada.

»Quiero ver por última vez
el Rin y sus hermosas ondas,
y luego iré al convento
para de Dios ser virgen novia».

Muy empinada era la roca,
su pared era muy escarpada,
sin embargo ella la escaló
hasta su cumbre más alta.

Los tres caballeros ataron
sus caballos en el valle debajo
y comenzaron a escalar
también hasta lo más elevado.

Dijo entonces la doncella:
«Allí en el Rin veo un barco:
quien viene a bordo de él
tiene que ser mi amado.

»Mi corazón estalla de alegría:
¡allí viene sin duda mi amor!».
Entonces se inclinó en la roca
y a las aguas del Rin se precipitó.

Incapaces de descender,
los caballeros también murieron,
sin sacerdote para sus almas
y sin tumba para sus cuerpos.

¿Quién cantaba esta canción?
Un piloto del Rin, un barquero
cuyo canto resonaba siempre
en la Roca de los Tres Caballeros:

«¡Lorelei!
¡Lorelei!
¡Lorelei!»,
como si lo repitiesen ellos tres.



Joseph von Eichendorff - Diálogo en el bosque


«Cae la noche, se está poniendo fresco,
¿por qué cabalgas por el bosque así sola?
El camino es largo y no tienes compañía,
¡yo te llevaré a tu casa, hermosa novia!».

«Grande es la malicia de los hombres,
el dolor ha roto mi ultrajado corazón,
el cuerno de caza resuena aquí y allí,
¡oh, huye!, pues no sabes quién soy yo».

«Tan ricos adornos hay en ti y tu corcel,
tan increíblemente bella es tu joven figura,
que ahora te reconozco: ¡Dios me proteja!
¡Tú no eres sino Lorelei, la infame bruja!».

«Bien me conoces: desde su alta roca,
mi castillo mira silencioso al río Rin.
Cae la noche, se está poniendo fresco,
¡y de este bosque no volverás a salir!».



Heinrich Heine - Lorelei


No sé cuál es la razón, si una hay,
por la que tan triste me encuentro,
pero no puedo sacar de mi mente
una leyenda de los viejos tiempos.

El aire está fresco mientras anochece,
el Rin fluye con aguas tranquilas,
y el pico de la montaña resplandece
bajo las últimas luces del día.

Una doncella se sienta allí en lo alto,
una criatura de maravillosa belleza;
sus doradas alhajas fulguran
mientras sus dorados cabellos peina.

Se peina con un peine dorado
y una canción empieza a cantar;
mas existe un diabólico poder
en esa melodía tan singular.

El barquero que cruza el río
escucha la canción hechizado;
no mira ya los rocosos arrecifes,
sino que mira hacia lo alto.

Las profundas aguas pronto devoran
la nave de ese pobre barquero;
la canción de Lorelei ha hecho
de las espumosas olas su féretro.


Traducciones de E. Ehrendost.


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