Me crucé con un viajero de una antigua tierra
que me dijo: «Dos vastas piernas de piedra, carentes de tronco,
se levantan en el desierto. Cerca de ellas, medio hundido
en la arena, yace un desmoronado rostro cuyo ceño,
fruncidos labios y desdeñosa expresión de frío mando
revelan que su escultor pudo leer muy bien aquellas pasiones
que aún sobreviven, impresas en ese objeto sin vida,
a la mano que las copió y al corazón que las alimentó;
y en el pedestal estas palabras aparecen:
“Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes;
¡contempla mis obras, tú, Poderoso, y desespera!”.
Nada más queda. Alrededor de las ruinas
de esos colosales restos, ilimitadas y desnudas,
las solitarias y llanas arenas se extienden a lo lejos».
Traducción de E. Ehrendost.
Disponible en Editorial Alastor:
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